Adiós, glaciares, adiós

Lo confieso: he pecado. Este verano he volado en avión, agravando un poco más la crisis climática, y me he plantado en el macizo del Montblanc, en Francia. He sucumbido de forma vil y miserable al turismo de última oportunidad. Y todo para ser testigo del derretimiento de los glaciares a consecuencia del calentamiento global ¿La sensación que me he traído? Un poso de inquietud difícil de aplacar.

Glaciares, algo más que simples masas de hielo

Aunque los había visto y fotografiado desde la distancia, nunca antes había tenido oportunidad de acercarme o caminar por un glaciar. Y te aseguro que esa sensación de darte de bruces con una mole de hielo que cruje, se rompe y se mueve con parsimonia resulta difícil de explicar con palabras.

Los glaciares no son solo unos magníficos “chivatos” del cambio climático. También son reservas de agua fundamentales para muchas regiones del planeta. De hecho, almacenan alrededor del 69 % del agua dulce del mundo (1).

La presa suiza de Emosson, por ejemplo, utilizada para producir energía hidráulica y suministrar agua potable, se alimenta en parte de los glaciares de Argentière, Le Tour y Lognan, en Francia.

Presa de Emosson desde las proximidades de la población de Le Tour. Fuente: Judit Urquijo

Pero antes de analizar cuál es la situación de los glaciares, quiero que me acompañes de vuelta al colegio para refrescar algunos conocimientos sobre morfología glaciar.

Qué son los glaciares alpinos

Un glaciar alpino o de montaña es una masa de hielo que se origina sobre la superficie terrestre y que se mueve con mayor o menor lentitud a favor de la pendiente.

Las partes básicas que se pueden diferenciar son:

  • Zona de acumulación, que ocupa el área más elevada donde se almacena la nieve que cae a lo largo del año.
  • Zona de ablación, área situada en la cota más baja en la que se producen los fenómenos de evaporación y deshielo o fusión.
  • Grietas, lugares en los que, debido a la velocidad a la que fluye el glaciar, la fricción rompe el hielo.
  • Morrenas, que son los restos rocosos y sedimentos que el hielo arrastra en su movimiento. Son visibles en la parte superior (morrena central), en los bordes (morrenas laterales) o en la parte final de la lengua glaciar (morrena final, terminal o frontal).

Fuente: Andreas Kääb / European Space Agency

Cómo se forma un glaciar

Un glaciar comienza a formarse cuando la nieve almacenada en la zona de acumulación perdura durante largo tiempo. Esta conservación permite su compactación y recristalización conforme se añaden nuevas capas. La transfiguración de la nieve fresca tarda como mínimo un año, aunque puede extenderse durante mucho más tiempo. El peso del hielo y su deformación y la fuerza de la gravedad hacen el resto, haciendo que el glaciar comience a fluir a favor de la pendiente.

En condiciones normales, estas masas de hielo mantienen en equilibrio los procesos de acumulación y ablación. Pero cuando esta situación estable se rompe, el glaciar avanza o retrocede a un ritmo superior al normal (2). Es decir,

  • si aumenta la fusión o ablación por un aumento de la temperatura del aire, por ejemplo, y la acumulación se mantiene estable, la longitud y superficie disminuyen (este sería más o menos la situación actual).
  • si se incrementa la acumulación a consecuencia de una mayor cantidad de precipitaciones en forma de nieve y la abrasión permanece estable, el glaciar crece.

Los glaciares se derriten, una historia de miedo en cuatro palabras

Por favor, no te dejes engañar. En internet es fácil encontrar noticias sobre glaciares que crecen. Pero son casos aislados o situaciones excepcionales que tienen una explicación propia. Un ejemplo es la “anomalía Karakoram” (3) en la zona limítrofe entre India, China y Pakistán.

En general, el retroceso glaciar es una tendencia global que desde 1990 ha adquirido una dramática aceleración (4). A día de hoy, el deshielo glaciar representa en torno al 30 % de la tasa actual de aumento del nivel del mar (5).

Y en pocas zonas el efecto es tan patente como en el macizo del Montblanc.

Mer de Glace, un deshielo glaciar medido en escaleras

El Mer de Glace o Mar de Hielo es el glaciar más largo de Francia, con unos 7 km de longitud y un grosor de unos 200 metros. Su recorrido serpentea entre afiladas agujas rocosas que llegan a superar los 4000 metros de altitud.

El principal acceso es el ferrocarril de Montenvers, un tren cremallera de principios del siglo XX. Y como puedes ver en la imagen, por aquel entonces apenas si había que dar unos pasos para descender hasta el glaciar..

Estación del ferrocarril de Montenvers a principios del siglo XX. Fuente. Judit Urquijo

Pero desde 1909, el espesor del glaciar se ha reducido unos 100 metros y para el año 2040 se estima que su longitud se reduzca unos 1200 metros.

Una de las señales más claras de este cambio son las escaleras nuevas que se añaden cada año para acceder a la cueva de hielo, una atracción turística y divulgativa que se excava desde 1946 en la lengua glaciar.

En agosto de 2019, llegar hasta su entrada supone

  • descender un tramo en telecabina;
  • bajar unas 480 escaleras de rejilla conectadas por rampas, y
  • caminar por una pasarela abierta sobre el hielo, cubierta para evitar resbalones.

De hecho, toda la entrada de la cueva está protegida con material textil para evitar su deshielo durante el tiempo que permanece abierta al público.

Glaciar de Mer de Glace y marca de la localización de la entrada a la cueva de hielo en 1990. Fuente: Judit Urquijo

Durante el descenso (y posterior ascenso) se pueden observar unas placas que señalan hasta dónde llegaba el hielo.

La primera impresión que me invadió fue de incredulidad, hasta el punto de dudar de la correcta colocación de las placas.

Cuando llegas hasta una marca que dice “Nivel del hielo 1990” y echas un vistazo a las decenas de metros que aún restan para llegar hasta la boca de la cueva, concluyes que resulta imposible que en 30 años el glaciar haya adelgazado de esa forma tan brutal.

Así que esa noche me dediqué a investigar y, sí, descubrí lo equivocada que estaba.

Una evidencia innegable

Uno de los artículos más impactantes es el publicado por Helene Fouquet en Bloomberg que narra su visita a Mer de Glace en 1988 y los cambios que observó cuando volvió en 2015 (6). Y, en especial, el esquema que incluye.

Elaborado a partir de datos del USGS Earth Explorer y Christian Vincent, glaciólogo de la Universidad de Grenoble, muestra dónde se situaba la entrada de la cueva en el período comprendido entre 1988 y 2015. Y, de igual forma, cuantos tramos de escaleras y rampas ha sido necesario añadir (puedes ver el esquema, titulado Glacial retreat, en el siguiente tuit).

Como puedes observar, solo desde 2015, fecha del artículo, hasta este año, 2019, se han tenido que añadir más de 100 escaleras. Y es que solo en el período de 2014-2015, el glaciar perdió casi 4 metros de espesor frente al metro de promedio anual perdido durante los 30 años anteriores (7).

Imagina cuántos peldaños más serán necesarios en 2020 después de un verano que ha registrado temperaturas récord.

Tecnología para no perder la esperanza (aún)

Han pasado más de 100 años desde que el fotógrafo suizo Eduard Spelterini sobrevoló en globo el valle de Chamonix cámara en ristre para fotografiar el macizo del Montblanc. Sus espectaculares imágenes son a día de hoy valiosos documentos que revelan la magnitud del retroceso que están experimentando las masas de hielo en esta zona de Los Alpes.

La tecnología ha avanzado de manera impresionante. Ahora tenemos a nuestra disposición satélites, drones o sensores de medición nivológica como los de Smarty Planet que permiten una supervisión inimaginable hasta hace unos pocos años. De hecho, gran parte de los glaciares alpinos, como el de Argentière, están sembrados de sensores que escrutan y registran cada pequeño cambio.

Y los datos registrados en las últimas décadas (para analizar el clima, el período recomendado son unos 30 años) no mienten: el derretimiento glaciar y, por ende, el calentamiento global, es inequívoco.

Calienta, que sales a jugar

El clima de la Tierra, al igual que los glaciares, ha cambiado de forma sustancial, pero lo ha hecho a su ritmo, variando lentamente a lo largo de miles o decenas de miles de años (a excepción de algún cambios bruscos como la Pequeña Edad de Hielo entre 1550 y 1850).

La progresiva adaptación a unas nuevas condiciones climáticas que requieren las especies que habitan el planeta se complica cuando esas modificaciones cogen velocidad de crucero y comienzan a ser perceptibles a una escala de tiempo humana.

Tenemos la información, la tecnología y el conocimiento necesarios. Solo nos falta empezar a actuar de forma decidida, no ya para revertir o evitar el cambio climático, que a mi juicio, resulta ya imposible, sino para minimizar sus consecuencias más catastróficas.

El único estremecimiento en un glaciar debe ser el frío que se siente por estar junto a un congelador de tamaño descomunal, no por la inquietud que provoca ver una maravilla que se deshace como un azucarillo.

Fuentes consultadas:

 

Judit Urquijo

Técnico ambiental, community manager y content curator especializada en la relación entre medioambiente y tecnología

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