Riesgo de aludes de nieve: qué está cambiando y por qué los métodos tradicionales ya no bastan

Courchevel acaba de registrar 70 centímetros de nieve en 72 horas. Crans Montana, en Suiza, 60. Alpe d’Huez supera los 50.
Las estaciones lo están celebrando, los esquiadores también.
Pero detrás de esas cifras hay un problema que muchos gestores de infraestructuras de montaña están empezando a reconocer en voz baja: las reglas del juego han cambiado.
No hablamos solo de que nieva más o menos que hace 20 años. Hablamos de que los patrones conocidos ya no son fiables. De que la ventana entre “situación controlada” y “situación crítica” se ha reducido de días a horas. De que el riesgo de aludes de nieve se está comportando de formas que los modelos clásicos no anticipan.
Por qué un metro de nieve ya no se comporta como un metro de nieve
Los aludes de placa, que son los que causan la mayoría de víctimas en terreno invernal, necesitan tres cosas para formarse:
- una placa de nieve cohesiva en superficie;
- una capa débil por debajo, y
- un desencadenante que provoque la rotura de la placa.
Las nevadas intensas pueden actuar como ese detonante. Cuando cae mucha nieve en poco tiempo, aumenta rápidamente la carga sobre el manto. Si hay una capa débil previa (cristales facetados, escarcha enterrada), la tensión puede superar su resistencia. Y cuando esa capa cede, la placa entera puede deslizarse en cuestión de segundos.
Fuente: NZ Mountain Safety Council, 2025.
Pero, y aquí está el problema, esa capa débil puede estar a 30 o 40 centímetros de profundidad. La única forma tradicional de detectarla es mediante sondeos estratigráficos manuales que requieren tiempo, personal cualificado y acceso a la zona.
Entonces, ¿cómo decidir si cerrar una carretera o una pista? Históricamente, con experiencia. Se conoce la zona, se conocen los patrones típicos de nevada, se sabe dónde se acumula la nieve con viento del noroeste.
El problema es que ese conocimiento se basa en un clima que está cambiando de forma acelerada.
Más calor no significa menos nieve (necesariamente)
A esta situación se añade, además, el calentamiento global, que está alterando los patrones de precipitación invernal.
Una atmósfera más cálida retiene más humedad, lo que puede traducirse en tormentas invernales puntuales más intensas, incluso aunque la cantidad total de nieve a lo largo de la temporada disminuya.
El Instituto WSL-SLF suizo publicó en 2024 un estudio que proyecta una reducción neta de avalanchas del 10 % al 60 % para finales de siglo, dependiendo de la elevación y el escenario de emisiones. Suena bien, ¿no? El problema es lo que esconde ese dato agregado.
Habrá menos aludes de nieve seca (los típicos de plena temporada invernal), pero más aludes de nieve húmeda durante la temporada turística alta.
Lo más preocupante, no obstante, es que los eventos extremos se concentrarán más en el tiempo y fuera de los patrones estacionales habituales.
Traducido, es posible que las temporadas presenten menos días de riesgo total, pero esas jornadas con riesgo de aludes de nieve van a ser más impredecibles y potencialmente más peligrosas. El WSL-SLF lo resume en cuatro palabras: “más húmedas, menos secas”.
El problema de los eventos “rain-on-snow” cuando hablamos del riesgo de aludes de nieve
Las oscilaciones térmicas extremas durante la temporada están creando situaciones que antes eran raras y ahora son más frecuentes.
Un episodio de lluvia sobre nieve, por ejemplo, puede ser muy traicionero: el agua líquida percola por el manto, lubrica las capas débiles, y añade peso inmediato.
Esta circunstancia puede desencadenar aludes de gran magnitud capaces de alcanzar infraestructuras en valles que antes se consideraban fuera de peligro. Y, además, pueden ocurrir en condiciones que, a primera vista, parecen menos peligrosas que una nevada fuerte.
Si un protocolo de seguridad se basa en “cuántos centímetros de nieve nueva han caído”, estos eventos pueden ponerlo en cuestión. Porque el peligro no viene de la nevada, viene de la metamorfosis del manto existente.
Qué es necesario saber para anticipar el riesgo de aludes de nieve
Un sistema de información para gestionar el riesgo de aludes de nieve precisa, como mínimo, de recopilar los siguientes datos:
- Acumulación total e intensidad de la nevada (centímetros por hora). Que caigan 50 centímetros en cinco días puede ser normal; 50 centímetros en 12 horas son peligrosos.
- Velocidad y dirección del viento. El viento puede depositar nieve a ritmos varias veces superiores a la precipitación natural, creando acumulaciones inestables en sotavento que no aparecen en ningún modelo de predicción estándar.
- Temperatura de superficie y gradientes térmicos dentro del manto. Este dato sugiere si la estructura está en proceso de cohesión o presenta ante capas débiles que van a colapsar con el siguiente desencadenante.
- Discriminación entre precipitación sólida y líquida. Fundamental para detectar esos eventos de “rain-on-snow” que mencionábamos.
Y todo esto, actualizado cada hora como mínimo o, mejor, cada 30 minutos. Con transmisión redundante de datos que funcione aunque caigan las redes habituales: GPRS, 4G, NB-IoT, satélite, etc., lo que sea necesario para que los datos lleguen al centro de control. Con capacidad de configurar alarmas automáticas basadas en umbrales específicos. Y, lo más importante, con interpretación.
Lo que no sustituye la tecnología
Ningún sistema de sensores va a reemplazar el criterio de un nivólogo experimentado. Ni debería.
La tecnología no elimina la necesidad de experiencia y conocimiento del terreno.
Lo que hace es potenciar ese conocimiento, proporcionar el margen de anticipación necesario para actuar antes de que la ventana de seguridad se cierre y reducir la incertidumbre en situaciones límite donde la decisión es difícil.
Un buen sistema de monitorización señala cuándo se debería hacer un sondeo manual, da el contexto para interpretar correctamente lo que encuentres en ese sondeo y alerta cuando las condiciones están evolucionando más rápido de lo normal.
Pero la decisión final sigue siendo humana. Y debe seguir siéndolo.
Hacia dónde va la gestión del riesgo de aludes de nieve
La tendencia es a la integración de sistemas de monitorización continua con modelos digitales del terreno para simulaciones dinámicas, soluciones que traduzcan observaciones en alertas localizadas y específicas.
Son herramientas que ya se están usando en carreteras de montaña, estaciones de esquí, y zonas de protección civil en Suiza, Austria, Francia.
La pregunta no es si este cambio va a llegar. Es cuándo tomar la decisión de adaptarse a las nuevas condiciones climáticas.
Porque la montaña no va a esperar.
La nieve va a seguir cayendo, el clima va continuar cambiando y el riesgo de aludes estará ahí, invisible hasta que, de repente, un ruido ensordecedor rompa el silencio de la montaña.


